Sebastián Montiel (México, 1989). Licenciado en Administración y Sistemas Computacionales, maestro en Administración de Negocios, egresado del Centro Universitario Hidalguense. Escribe poesía y narrativa. De 2012 a 2013 publicó sus primeros poemas en la Revista Principal de Acapulco, Guerrero, en la Revista TN, en Pachuca, Hidalgo y Aguascalientes. En 2014 participó en la antología de poesía y narrativa del Primer Encuentro de Escritores Hidalguenses CAF.
Sueño vitalicio
Aquella sosegada noche
del quinto mes
del quinto año
del nuevo milenio,
en el transcurso de las horas taciturnas
el fulgor de la luna parda
alumbraba mi cuarto.
Soñé que no era un paralítico:
era como escapar de mi cuerpo
sin dolencia
ni cicatrices.
Sentado en un banco
empecé a tocar un piano
deslizando mis manos
sobre el marfil de las teclas.
Pensamientos azules danzaban
con la música y el viento,
escribiendo letras que sujetaban
el rasgo de la pluma en las hojas,
en su espacio caligráfico
aventuraba mis sentidos.
Disfrutaba de la vida,
de la luz del sol y de las nubes,
gozaba como un saltamontes,
pero no soy ligero
estando despierto.
Hacía todo sin depender de nadie,
al fin sentía la cohesión amorosa
entre el canto de los zorzales.
Desperté ansioso
en el lecho de mi cuarto,
con arrogancia y decepción
de las rocas ígneas de mis músculos,
que se esparcían como cadenas
por el resto de mi cuerpo,
como un inocente
en el presidio de las tinieblas.
Mi voz rompió el silencio
me ocasionó un grito de cólera
que vino desde la lúgubre palidez
del corazón
agotándome
con su súbito golpe
en la tempestad.
Para olvidar esos recuerdos soñados,
desde aquel momento
espero el deceso
para renacer
en una nueva libertad.
¡El dolor es vitalicio!
Desde tu partida
Desde tu partida
los recuerdos lluviosos
han atado mis ojos
junto al ventanal del crepúsculo.
Te llevé en una carroza
viendo tu ataúd albino
en el sendero de la morada,
perros negros nos acompañaban
haciendo guardia
y la tierra escarbaba tu aposento;
flores y más flores
se echaban como plagas
sobre tus restos.
Te dejé en el sepulcro:
ya no sufres
ya no te atormentas.
Te veo en el video
de la presentación de mi tesis:
tu voz es lo que extraño.
Y te escucho:
en el viaje a las playas de Acapulco
donde dimos un paseo nocturno
por sus avenidas,
también por la laguna de Coyuca,
paseamos en lancha,
visitamos sus ínsulas;
luego en Taxco,
en una estrecha carretera,
fuimos a visitar sus secretos de plata.
Lloro
como si nunca lo hubiera hecho
cala un frío en los huesos
como de huérfano en luna llena,
y recito las canciones
que me cantaste de niño
mientras bailo a solas,
me baño como lo hacías
dos talladas de espuma de mar
dejando el espacio al vapor
como las termales
que nacen en las laderas.
Pues lloraré
es lo que haré,
porque llorar y llorar
esmerarán nostálgicos recuerdos
como un río que mana
en las ramblas del tiempo.
El perro entre letras
I
Un perro vagabundo pasea
entre los balcones de mi casa,
entra por la puerta del patio
que comunica a mi cuarto,
sube hacia mi cama
con edredón de hojas otoñales,
donde los libros de poesía
permanecen abiertos.
Al acostarse sobre ellos,
un zumbido vibra en los azulejos,
un meneo de serpentinas letras
salen de las hojas
como un viento que nace
en las laderas de los montes.
Sonetos en vagones siguen
su órbita en dirección al instante,
campos infinitos, desconocidos,
donde interponen las palabras,
que no se sumergen
en el espacio de mi cuarto.
Espléndidos vocablos
en el albergue de la lírica,
como olas espumosas
que remojan los arrecifes
en el mar abierto sin censura.
Mientras duerme
el perro vive oculto entre las letras,
las compone con honradez
en cada rincón del hogar,
que a los ojos humanos son invisibles
como el viento que pasa
entre los ventanales.
II
Aunque ya pasaron ocho años,
tu ausencia se replica en el vacío
en que se filtran los días
entre anécdotas que plasman la lectura.
Ves la cama con muñecos de felpa
aquí escribiendo lo que se me antoje decir en verso
sin importar si son un canto simple;
tú, que no sé si miras desde qué pradera
todos los quehaceres que hago
por las demandas de la vida,
no sé si te fuiste al reino que Jesucristo promete,
donde el tiempo es inexistente
o sin tinieblas,
no sé si me oyes cuando te llamo
en una manta de recuerdos que ondeo
y que proyecta los momentos mágicos
de las estancias literarias
donde las letras exaltaban a tu mente inocente
cuando te recostabas sobre los libros.
Buen amigo de cuatro patas;
mi corazón no puede reemplazarte
por otro peludo que deambule
por la casa,
a ese,
cuando le hablo,
no me hace caso
ni le interesa venir cuando leo
y solo se va a ladrar al balcón
a la muchedumbre que pasa
por la acera.
El diluvio de la tarde me acompaña
con sus sinfónicos truenos,
lágrimas caídas responden a la danza
y homenajean a un can
que quiso impulsarme
para que le escribiera
aquel poema guarecido en el baúl.
Aunque ya pasaron ocho años
solo puedo visitarte en sueños
con los que la noche me arrulla,
en plena pradera.
Amistad
Un canto sin cuerdas
entra como en clave de sol
en un espacio de rosas: Paraíso.
Se oyen voces unidas entre sí;
comparten historias, aventuras, chistes, evidencias,
pesares que marcan
cada corola del tiempo.
En el umbral de los corazones,
eres la cosecha del campo.
El amor es un Alcatraz
donde florece una nueva era.
Naces del agua del pensamiento,
sin la intervención de la ignorancia.
Un don heredado por generaciones,
por décadas y décadas,
siglos y siglos
Una sombra que viaja por el mundo
como ave sin alas,
una serpiente en la llanura de los olivos.
Persigo la irresistible fuerza que me atrae
como un imán:
somos átomos,
somos inherentes
a los presagios de las perturbaciones.
Oh, amistad, en abundancia yaces,
como los manantiales crecientes
resiento tu presencia en mis venas,
la sangre de mis consuelos.
Adquiere Cataratas del tiempo, la más reciente publicación de Sebastián Montiel aquí
